Presentación

San Francisco de Asís heredó al mundo, con su santidad, un estilo de vida capaz de impregnar todo quehacer humano. Según nos cuentan sus biógrafos, el Poverello nunca pretendió fundar una comunidad religiosa, simplemente, enamorado de la perfecta humildad, aun ignorando los designios de Dios sobre su persona, se desembarazó de los afanes del mundo y se retiró, en soledad, a orar, a reconstruir pequeñas capillas con la limosna que recogía y a servir a los leprosos calmando el dolor de sus heridas (Cfr. 1Cel 17, LM I, 2-8). Y así, sin pretenderlo, Francisco se convirtió en el instrumento del Señor en la configuración de una de las órdenes religiosas más grandes de la Iglesia, la Orden de Frailes Menores.

Con su carisma, Francisco heredó a la humanidad un modo de existir, una manera de ser en el mundo, dotada de una nueva escala de valores, un modelo de relación con Dios y la creación, una nueva forma de convivencia social, un modo de pensar, de ser y de hacer las cosas más cristianamente. Si bien es cierto que el Santo de Asís no elaboró complejos tratados sobre filosofía, teología, liturgia, psicología o pedagogía; su relación con Dios y la creación, su forma de concebir el mundo y su misma vida, pusieron las bases de lo que más adelante se llamaría pensamiento franciscano. Serán Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Antonio de Padua, Juan Duns Scoto, Guillermo de Ockam, Luca Pacioli y Roger Bacon, entre otros tantos, quienes, más adelante “redacten” sistemáticamente la visión de Francisco de Asís sobre todos los campos en los que el franciscanismo pretende dar una respuesta, al mundo desde Dios y a Dios desde el mundo; respuesta que desde luego se busca dar desde la educación. Así, hablar de pedagogía franciscana es hablar de la visión del hombre que Francisco llegó a comprender, de una antropología basada en el amor y la misericordia de Dios.

Desde los orígenes de la Orden, los franciscanos han visto en la educación una plataforma fundamental y privilegiada de evangelización y, también, como un medio imprescindible para garantizar, dentro del pluralismo cultural y los avances de la academia, la presencia del pensamiento cristiano. En este sentido, la pedagogía franciscana proporciona a la educación una visión de ver y entender al mundo no sólo como el espacio natural de la existencia humana, sino también como la expresión del amor, de la sabiduría, del poder, de la grandeza y de la belleza de Dios; un mundo que, a través de sus propias leyes físicas, químicas y biológicas, se revele como la huella o el signo de una fuente primera y última. Un mundo en el que sea posible el encuentro con Dios, como fundamento, y con todos los otros seres, como hermanas y hermanos bien acogidos y amados.

 Justificación

La Orden de los Hermanos Menores, desde sus orígenes, reconoció que su vocación, esencialmente evangelizadora, le exigía ocuparse también de la tarea educativa, actividad que se concretizó, de una manera muy especial, en las Universidades y, luego, en las llamadas tierras de misión.

En ellas, por ejemplo, junto a la casa y al templo, los hermanos construían, por lo regular, una escuela o un centro de formación. En la actualidad, la Orden presta este servicio de investigación y de docencia en diversos niveles de educación (elemental, secundaria y universitaria), con sus múltiples modalidades (formal y no formal, educación oficial y privada, rural y urbana) y según las culturas y las políticas educativas de cada región o país.

Ahora, esta misión no es posible sin la ayuda de laicos comprometidos que, en su deseo de seguir a Cristo, han visto en Francisco un guía y un modelo de servicio. Por eso, conviene que quienes hacen parte de este proyecto evangelizador profundicen en la esencia del carisma franciscano y, desde esta espiritualidad, comprendan y promuevan un paradigma pedagógico que procure estrategias de enseñanza que garanticen un aprendizaje óptimo y que tenga en cuenta la relación del hombre con la ciencia y la fe.